¿Qué recordamos hoy?
El 17 de agosto de 1850, hace 163 años, moría en Francia José Francisco de San Martín, el libertador de América. Murió casi pobre, tras sufrir de asma, reuma, úlcera y permanecer prácticamente ciego.
La mayor parte de su vida la dedicó a la lucha por la independencia americana. Para ello se formó y entrenó, sobre todo en Europa adonde se había radicado su familia.
Desde muy chico, a los 11 años, San Martín se contactó con el mundo militar. A esa edad ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería de Murcia y a partir de entonces participó en diversos combates en España y en el Norte de África. Enterado de los sucesos de mayo de 1810, pidió el retiro del ejército español y en marzo de 1812 llegó a Buenos Aires.
Dice el historiador Felipe Pigna: “Como grande que era, nunca buscó el bronce, pero sí la única forma de inmortalidad fehacientemente comprobada que es el recuerdo. Terminaba no pocas de sus cartas con la contundente frase: “Cuando no existamos, nos harán justicia”.
De hecho, muchos de sus textos hablan de la falta de reconocimiento. En una carta que le escribió a Belgrano, deja constancia de esa nostalgia. “Mi querido amigo y compañero: Mi corazón toma nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca; porque estoy firmemente persuadido de que usted salvará a la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto: soy solo, esto es hablar con claridad y confianza; no tengo ni he tenido quien me ayude. En fin, mi amigo, espero en usted compañero que me ilustre, que me ayude y conozca la pureza de mis intenciones…”
San Martín no quería participar en la guerra civil, y así se lo hacía saber al Protector de los Pueblos Libres, José Gervasio Artigas, el 13 de marzo de 1816: “Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria”.
La educación fue también uno de sus pilares. San Martín fundó bibliotecas y escuelas. Y, siguiendo a Pigna, a diferencia de los militares de la última dictadura en Argentina que “quemaban libros y destruían bibliotecas mientras se decían imbuidos del “espíritu sanmartiniano”, el portador legítimo de aquel espíritu, el verdadero San Martín, era un gran lector en francés, latín e inglés y a todas partes trasladaba su biblioteca personal. Trataba por todos los medios de fomentar la lectura entre sus soldados y entre los habitantes de los pueblos que iba liberando”.
Decía San Martín: “Las bibliotecas, destinadas a la educación universal, son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.
Y parte de su biblioteca personal fue donada a la Biblioteca Nacional de Lima.
Perseguido por la gente de Rivadavia, San Martín partió junto a su hija Merceditas a Europa, tras el fallecimiento de su esposa. Sólo quiso volver cuando gobernaba su compañero del ejército de los Andes Manuel Dorrego y ofrecer sus servicios a la patria que estaba en guerra con el Brasil. Pero al llegar al puerto se enteró del asesinato de Dorrego por Lavalle. Y no quiso desembarcar y volvió a Francia.
Dice Felipe Pigna que “el general estaba cansado y enfermo. Tanta ingratitud, tanta melancolía, tanto extrañar a su patria, a su querida Mendoza habían hecho mella en el invencible. Sufría asma, reuma y úlceras y se había quedado ciego. Se fue dejando morir en silencio, no quería molestar”.
“Porque el infinito de las cumbres andinas son testigo de su paso,
las nieves eternas realzan su valor,
el mar desde su lugar observa
donde se eleva el trono del Libertador.”
Con esta palabra se inicio el acto e conmemoracion al fallecimiento del General Jose de San Martin . El mismo fue conducido por las alumnas de 5to año Denise Monserrat y Micaela Maldonado y el poema que a continuacion se detalla, fue leído por Ludmila Mattig, del mismo año.
¡Milagros de la gloria!
Tu espada, San Martín hizo el prodigio:
Ella es el lazo que une
Los extremos de un siglo ante la historia.
Y entre ellos se levanta,
Como el sol en el mar dorando espumas,
El astro brillador de tu memoria.
No morirá tu nombre,
Ni dejará de resonar un día
Tu grito de batalla,
Mientras haya en los Andes una roca
Y un cóndor en su cúspide bravía.
¡Está escrito en la cima y en la playa,
En el monte, en el valle, por doquiera,
Y alcanza de Misiones al Estrecho
La sombra colosal de tu bandera!